Miedo

¿Qué pasaría si nos detenemos justo en ese momento en el que la vida nos lanza al
precipicio de la incertidumbre sin que nos deje asomarnos siquiera de reojo a ver el
tamaño del abismo? Así como en las películas al ponerle pausa, cuando el
protagonista se queda petrificado.
Miedo es la primera sensación que nos agita el estómago cuando vemos la altura
desde donde estamos. Miedo es lo que sentimos cuando no conocemos nada de lo
que hay detrás de esa puerta que, sí o sí, hay que abrir para seguir avanzando. ¿Y
el miedo a fracasar?, ¿miedo a que esa persona que amamos tanto un día ya no
esté?, ¿miedo a caer?, ¿a morir?… ¿a vivir?
Tanto si tienes miedo, como si a quien está a tu lado se lo ves reflejado en la cara, el
miedo es tan reconocible como saber que respiras. Lo sientes en el pulso, la boca
seca, el corazón acelerado, el sudor de las manos que intentas secarte en el
pantalón y no desaparece, permanece como un intruso en tu casa; ahí bien cómodo
en la sala.
A veces no podemos simplemente abrirle la puerta y pedirle amablemente que se
vaya porque ya está bien instalado, listo para aparecer cuando menos lo esperas, y
es que, ¿quién anticipa que tendrá miedo en alguna situación?
Pero entonces, ¿es normal eso de andar asustados? No, pero no se puede evitar
que nos tiemblen las rodillas si equis cosa nos aterroriza. Simple y sencillamente
descubrimos que somos humanos y que el miedo nos sirve como protección ante el
peligro, que nuestra mente y nuestro cuerpo responden ante riesgos y amenazas
convirtiendo nuestra cotidiana armadura de héroe, en un esqueleto de cristal que
puede quebrarse si no sabemos dónde poner los pies y, bueno, seamos honestos,
nadie sabe dónde ni cómo ponerse en pie en momentos de temor.
Entonces, eso de ser valiente y tener miedo, no son polos opuestos, todo lo
contrario, el miedo es el puente que usa la valentía para cruzar de una situación a
otra y nos convierte en seres tan especiales como experimentados.
No hay nada tan difícil como vernos sin armas, expuestos al mundo como personas
pequeñas e indefensas ante ese precipicio desconocido, pero es aquí donde la
barrera del miedo, en lugar de detenernos, nos sirve de pasamanos de donde
podemos agarrarnos y simplemente caminar sobre los espantos y temblores que
sacuden nuestra casa.
Hoy por hoy caminas, duermes, comes, vives, y el miedo sigue descansando en el
jardín frente a la puerta, esperando cualquier oportunidad para hacer su aparición,
pero ahora ya entiendes que podrá tocar el timbre y al invitarlo a pasar para
conocerse más, sabrás que estás siendo valiente

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